Lo de Laura

Tres de enero. Me levanto temprano y me preparo para ir a lo de Laura a ver sus pinturas. Antes de salir, mientras desayuno, miro las redes sociales: alguien con la camisa desabrochada y anteojos negros mirando el horizonte, un nene caminando en los pastizales, otro nene viajando en un auto, alguien en shorcito apoyado en una bicicleta, una pareja se hamaca mientras miran a la cámara, dos perros tirados en la arena, un atardecer.

Camino las tres cuadras hasta su casa. Tengo llaves, pero toco el timbre, espero un rato y entro. Ella ya venía bajando y nos encontramos en la mitad del pasillo. Feliz año, ¿cómo estuvo Mar del Plata? Fue a pasarlo allá, ella es de allá. El pasillo que separa la calle de su casa es largo, le cuento de mis navidades y ella de sus días en la playa. El pasillo sirve como preámbulo. Cuando pasamos la segunda puerta entramos en otro universo. La charla de pasillo se termina, hay tanto que mirar. No hay paredes: hay cuadros, murales, muñecos, muebles pintados con ojos, ventanas que parecen cuadros.

Laura despliega las telas: alguien con bikini naranja se hamaca, otro duerme la siesta, otra está acompañada de su perro sobre un fondo celeste. Podría ser un cielo. Alguien descansa sobre la arena, o sobre un fondo ocre. Hay colores pero no se percibe un entorno.

Suena el timbre. Laura se apura para que no se escape el de Edesur que espera en la puerta para revisar el medidor. Yo me quedo sola en la casa, con las pinturas desplegadas. Miro esos ojos que me miran, ojos absurdamente grandes y demasiado blancos. Voy de una pintura a otra. Aunque sus posiciones parecen placenteras a mí me perturban; quiero que cierren esos ojos. Levanto la vista y desde los estantes me siento observada por Heidy, por un enano de jardín, una pitufina y por el perro de Toy Story. Todos ahí parados con sus ojos siempre abiertos. Voy hacia la ventana. La pelopincho se llena en la terraza, miro el diseño de las olas en tonalidades de azules y una regadera amarilla que flota en la superficie.

Vuelvo a las telas.

Estoy sola en la habitación. Siento que puedo mirar más detenidamente, me adueño de cada objeto que miro. La noche anterior había leído un cuento en el que el personaje se obsesiona con entrar en casas ajenas y de pronto me encuentro pensando como el personaje del cuento, viendo qué reacomodaría, en si me llevaría la azucarera o si cerraría las cortinas o podaría la Santa Rita. La habitación se vuelve el escenario y yo su personaje.

Entra Laura hablando sobre la fuga eléctrica de su pasillo.

Saca entonces la segunda parte de la serie. Los personajes desaparecieron. Pero la primera pintura que despliega tiene cuatro sillones, y sus botones me miran. Hay algo en esa síntesis de recursos, en planos plenos, en paletas que se repiten que me lleva a pensar en escenas de dibujos animados. En que si saco a Bart o a Pato Donald, me quedan estas pinturas. Laura me explica que son casas de verano en las que ella alguna vez estuvo. Son casas de otros que sirven como casas propias durante una temporada.

Me acuerdo de esos escenarios veraniegos, los de antes, los que eran largos paréntesis, interrupciones de la vida pública donde uno desaparecía por un par de meses. Y las fotos que quedan no registran ciertos recuerdos. Es la hora de la siesta y estamos tirados en una alfombra mirando en la tele el dibujo de unos dálmatas que juegan con la alfombra rayada de un departamento londinense.

Escucho que Laura me habla, me señala una imagen que dice que es Mar Azul. Nunca estuve en Mar Azul. Imagino a Laura tomando mate en esa silla de plástico blanca. Me imagino a mí tomando mate en esa silla, leyendo un libro en la reposera de tela roja, el viento entrando por esa ventana. No son casas vacías. Es la hora de la siesta y nadie sabe dónde quedaron todos.

Me despido y en el camino me cruzo con un señor paseando a su perro. Miro el color de su remera, la textura del pelaje de su perro, sus ojotas de plástico azul. Me dan ganas de seguirlo, de entrar por su puerta, de recorrer su casa y adueñarme de sus paredes.

Elisa O’Farrell, Buenos Aires, 2019.