Si me dieran a elegir prefería ser gigante

La obra de Laura es paradigmáticamente tan políticamente incorrecta, tan imprescindiblemente transgresora, que a la hora de presentarla, de vestirla y darle statement, muchos han hecho lo que con otros artistas serios terminan por hacer: comprar un marco teórico sobreactuadamente políticamente incorrecto. Suponiendo que lo transgresor de Spivak es la visibilidad del sexo se tiran a adjetivar desde un cliché forzado: la recurrencia del morbo, recurrencia propia de la demanda institucionalizada de lo contemporáneo. Entonces el acercamiento se encarama en el discurso de los chicos sexuados. Sostengo que la transgresión profunda del discurso de Spivak es otra, y aclaro que si yo sintiera que su obra fuera lo que la obviedad de la lectura primera permite sospechar, no me interesaría. Paso a compartir porque me gusta tan cojonudamente el universo de Laura Spivak y me permito posicionar mi texto en un lugar “anti teoría de los chicos sexuados”, en la medida de que ella misma me lo habilitó.

Los personajes de Laura no son niños. O, en todo caso, son tan niños como puede serlo cualquiera de nosotros conectado con las representaciones simples de nuestros deseos y primeras expectativas antes de sentir el mundo como una imposibilidad, antes de sentir que la vida te va matando. Hay un momento feliz de curiosa inmortalidad que habita los ojos de los chicos y que Spivak sostiene.

Lo iconoclasta, lo sorprendente, en estas piezas que ella dibuja, es que son hombres y mujeres, no que son niños sexuados (eso sería morbo fácil) justamente en la medida que son probadamente adultos (con pubis peludos lindos como corazones y tetas ellas, con enormes erecciones ellos, innegable adultez, madurez glandular), tienen sin embargo la despreocupación de un chico jugando con agua desnudo en el patio de su casa con la palangana.

La desnudez de los personajes es utópica, vital, no es sexual. Es mucho más una bandera de igualdad libertad fraternidad, que la ecuación opuesta de fucking jóvenes o niños agrandados.

Probablemente fuera en el seno de la fantasía que la revolución francesa propuso que la mujer empezó a creer que las promesas de libertad igualatoria la alcanzarían. Tres siglos de psicopateadas políticas destrozaron mucho de esa ilusión.

Hoy se festeja el día de la mujer como el día de la secretaria. Afiches ironizan con textos alusivos al poder de la mujer pegado a imágenes de prostitutas o sutiles ángeles depilados. Los hombres no se quedan atrás en la demanda de personaje y toda la actividad sexual esta reglada por el manual de procedimientos de las películas porno donde aprendemos que se hace primero y cuanto tiempo tiene que durar. Ni alegría ni juego, robótica y lógica de mercado.

Mientras tanto en el paisaje simplificado en el que sonríen las sexualidades de Spivak, ningún capitalismo patriarcal ha hecho morder la manzana a nadie aún. Los ojos grandes, las bocas francas, heterosexuales, disfrutan la dialéctica del paraíso como nuestros padres nos lo hubieran deseado, algo así como la adultez ideal e inhallable de Mafalda y Felipe en la plaza de Dailan Kifki.

Y son argentinos, extrañamente Spivak logra que connoten esa inteligencia gauchita que nadie nos pudo matar, no son Rugrats, son porteños, son de acá, y se les nota Cortazar, Horacio Quiroga, el humor de Fontanarrosa, y la sexualidad de fogón y campamento de la izquierda extinguida.

Hace años que no me desnudo cómoda ante nadie. Me consta que casi ninguna mujer vive su desnudez sin conciencia de genitalidad, los órganos hace rato dejaron de estar en paridad simbólica. Las cirugías polarizan todavía más la distancia textural entre la intimidad de la piel quebradiza y la piel en turgencia estática y tensión protésica. Las tetas de las mujeres mayores trabajan socialmente mientras los pliegues de las rodillas ocultan descansados su ternura en pantalones de sastrería beige.

Hice una vez una encuesta y no encontré una sola mujer adulta que pudiera decir que era capaz de correr bajo la luz del mediodía desde la zona de carpas hasta la línea del agua en la playa teniendo a su marido sentado en la silla de paja detrás sin por lo menos la conciencia del cataclismo de flanes que podía estar haciendo a los ojos del espectador.

Esta es una situación desconocida para la alegría absoluta de los sujetos de Spivak. Son premenemistas, son paraposmodernos, son lo que no fuimos y a veces a solas logramos. Son sin claritos. Los cuerpos de estos adultos imposibles comparten  con los infantiles el nivel de cohesión compacta de las partes. Los pitos son pitos no pijas, no penes. Ni higiénica actitud post mortem ni eros nocturno. Fiesta de íntima simplicidad. Inocente encuentro y alegría de vivir, se mueven, se relajan, se tiran, se ríen, se matan de risa, hablan, se cuentan cosas, y nosotros les importamos un carajo. Como corresponde a una verdadera historia de amor. En los yuyos y en la cocina los amantes son amigos o son amantes los amigos. En cualquier caso no temen, no hay paranoia, no hay riesgo. Complejísima disposición de ilustraciones sintéticas sin referencia textual, que en este nuevo formato XL apuesta al dibujo como nunca antes. La textura no se tienta de entrar en detalles, como un alfajor de chocolate que despierta nuestra noción de gusto, nuestra palatividad y fantasía y hasta nuestro olfato, sin cobertura ni cerezas abrillantadas, las opacas superficies se sueldan entre sí armando un compacto de color que podría cortarse como un pan de manteca, como si la consistencia profunda de la alegría del paraíso Spivak estuviera hecha molecularmente del sentido del pigmento.

Florencia Braga Menéndez, Buenos Aires, 2008.